El Aprendizaje

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Pienso que el problema de fondo en el aprendizaje, se encuentra en que hemos acostumbrado a nuestros hijos, a que el esfuerzo es menos eficiente para lograr los objetivos de cada cual, que otras metodologías como son en la sociedad la amistocracia, la herencia, la mendicidad y hasta la deshonestidad.

¿Cuándo comenzó el problema? La respuesta es histórica, pues este estado de cosas lo venimos trabajando inconscientemente, desde hace miles de años. Baste recordar aquí, el contenido de algunas tablillas babilónicas (2.000 a 3.000 A.C.), en las que un padre se queja amargamente de que su hijo no quiera estudiar. Por supuesto no es el único antecedente. En el diálogo La República, más reciente, el tema de fondo está estrechamente relacionado con la cuestión que discutimos ahora. La historia del mundo está preñada de este problema en toda la geografía. No es nuevo, ni mucho menos.

No preguntaré ¿qué hacemos para alterar el curso de la historia? sino ¿qué hacemos hoy para prolongar el problema? Hacemos un trabajo concienzudo, persistente, abnegado y hasta sacrificado, diría yo: Sobreprotección, super mamás por doquier y paternalismo hasta la náusea.

Desde la cuna, impedimos que nuestros hijos se responsabilicen de sus decisiones, por inocuas que estas sean; desde temprana edad les impedimos pensar en las consecuencias de sus opciones, pues si nos parece que alguna de ellas pueda ofrecer algún peligro, por pequeño que este sea, forzamos a que la acción no se lleve a cabo. – No piense, hijo. Tenga miedo. Sus decisiones son un peligro para Ud. Obedezca. – Sin decirlo, son las lecciones que a diario, inconscientemente dictamos a nuestros hijos.

Son honrosas excepciones las mentes que logran escapar de la prisión mental en que desde muy niños los encerramos. Algunos lo consiguen a temprana edad y muchos otros lo logran en la adultez, pero solo después de haber perdido los mejores años para el desarrollo mental y neurológico. Excepcionalmente se recuperarán. La mayoría, simplemente no lo conseguirá jamás.

Así, el infante no solamente pierde la oportunidad de aprender, él acaba percatándose de que esforzarse en pensar es poco útil pues otros, que lo aman, ya lo hacen en su lugar. Peor aún, aprende que si alguien no pensase por él, correría peligro.

Enseñamos miedo de sí mismo y de los demás; inseguridad. Inseguridad por falta de muleta. La muleta es un gran negocio hoy en día. Padres, profesores, psicólogos, psiquiatras, clérigos, adivinos, gurús y muchos otros lo somos, mucho más allá de nuestro deber.

Desempeñamos esa tarea con tal dedicación, que cuando el niño llega por primera vez a la escuela, está transformado en un ser pasivo, sin iniciativa y con dificultades para hacer el esfuerzo mental para comprender las ideas abstractas impartidas por los profesores. Sí, porque el desarrollo intelectual de las personas se completa en la comprensión y manejo de ideas abstractas.

Las ideas que representan objetos concretos se piensan normalmente sin gran dificultad, aunque se haga solo superficialmente, pero pensar abstracciones y pensar objetos concretos en profundidad, demanda un esfuerzo mayor en tiempo de concentración y manejo de conocimientos adquiridos; y el tiempo de concentración demanda entrenamiento físico y mental. Es un hábito.

Sabemos que los hábitos se forman a temprana edad: se adquieren fácilmente en la niñez, cuesta adquirirlos en la juventud y difícilmente se logran en la adultez.

Es bueno recordar el origen de las palabras alumno, del latín alere, ser alimentado; y estudiar, del latín studere, esforzarse por comprender. Son prácticamente antónimos. Uno es pasivo y el otro activo.

Criamos alumnos y ¿queremos que se comporten como estudiantes? La falla ha estado y está en nosotros, los padres o tutores. El resto de la sociedad, compuesta por los mismos padres, continúa haciendo el perverso trabajo en los demás niveles: la escuela, la universidad, los medios de difusión, el trabajo, la tecnología, la política, el clero, el estado, en fin, la sociedad toda.

Casi todos exigen sumisión, obediencia ciega. No parece interesarles el hombre con autonomía intelectual ni moral.

A partir de la importante reducción de la desnutrición infantil en nuestro país, las mayores desigualdades ya no se encuentran fundamentalmente, como antes, en el ámbito de la inteligencia. Hoy, las diferencias son de conocimientos. Adquiridos y heredados.

También hay carencia de un amor hacia hijos y alumnos que se traduzca en respeto. Tampoco, como sociedad entendemos bien lo que es ni la importancia del respeto en la educación. Tampoco sabemos cómo se educa el respeto.

Recordemos que la inteligencia es un manejador de ideas, permite pensar, razonar, sirve para relacionar y crear conocimientos. Sin estos es como si no hubiera inteligencia y la gran profusión de ellos, hace aparecer al que los utiliza como muy inteligente.

El esfuerzo por comprender exige pensar y el pensar exige tener conocimientos, ideas, sentimientos, en fin, experiencias, pues eso es lo que pensamos. Los sentimientos y sensaciones se adquieren casi sin esfuerzo; vienen en el paquete. Pero los sentimientos más sofisticados, más profundos y sublimes, requieren en cambio, un cultivo intelectual, del mismo modo como los conocimientos e ideas que dejan las experiencias se consolidan en la memoria con el esfuerzo de reflexión racional para comprenderlas y sintetizarlos.

Así habitan la memoria y de ella se podrán recuperar sin mayor dificultad, pues comprender, implica un trabajo de asociación de lo que se comprende con el resto de nuestro conocimiento, que a su vez ha sido fruto de anterior experiencia reflexiva. Aprender no es memorizar. La memorización es el resultado del aprendizaje y no su causa. Puedo hacer un esfuerzo de memorización para dar la impresión de que sé. Pero esa memoria se destruye fácilmente en poco tiempo.

Pero la acción social, a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía, ha apuntado y continua apuntando hacia el mismo objetivo: una sociedad de seres humanos no pensantes (robots) comandada por unos pocos seres humanos pensantes.

Es la contradicción más absurda: La educación (no la instrucción) robotiza y algunos hombres se esfuerzan, con algún éxito, para que los robots piensen. ¿Se adivina el futuro?

En la cuna generamos las injusticias y las desigualdades. A partir de los tres años de edad, ya hay un gran divisor de aguas entre los infantes que han tenido la oportunidad de desarrollar su potencial intelectual y aquellos a quienes se les han negado los estímulos para ello.

¿Cómo hemos hecho ese trabajo? Simplemente de manera inconsciente, pues no sabemos lo que es la educación ni conocemos sus mecanismos, a pesar de que la experiencia nos ha mostrado hasta el cansancio una y otros.

Tampoco, como padres estamos al tanto de la necesidad de instruir a nuestros hijos al menos desde su nacimiento, pues educación e instrucción son dos caras de una misma moneda. Sin educación la instrucción será de muy pobres resultados.

Aún no comprendemos que educamos con nuestro comportamiento; muy poco con el discurso. Por el contrario, nuestros hijos oyen nuestro discurso y lo comparan con nuestro comportamiento y al observar en la mayoría de los casos la incoherencia, les enseñamos a ser hipócritas, mentirosos y solapados. Pocos logran escapan de esos poderosos grillos.

Lo que hacemos en las escuelas institutos y universidades es instrucción. La instrucción es planificada, organizada, conscientemente practicada por los docentes y directivos. La educación no es sistemática, ni está organizada. Pero los candidatos a recibir esa instrucción, alumnos en su mayoría y unos pocos estudiantes, no alcanzan siempre los niveles de educación necesarios para adquirir una óptima instrucción.

En general nos esforzamos por facilitarles al máximo, el aprendizaje a los alumnos; para eso están los apuntes de clase y las tecnologías de la información, como ayuda a la docencia. Ninguna de esas tecnologías, sin embargo, puede sustituir la capacidad de concentración de una persona en ideas abstractas o concretas, sustituir el hábito de la reflexión, ni sustituir el entrenamiento reflexivo que genere nuevas ideas con base en las conocidas.

No deja de ser curioso que en el ámbito de la instrucción, las sociedades inviertan tanto recurso y energía, mucho de lo cual es improductivo debido a que no se da el valor de prerrequisito a la necesaria educación y esta se improvisa. No tenemos un sistema de educación.

Peor aún, como llamamos Sistema Educacional al Sistema de Instrucción, no tenemos siquiera la oportunidad de darnos cuenta de que son conceptos distintos por cuanto, aunque complementarios, requieren metodologías diferentes desde el útero. La mayoría de los padres termina creyendo, como cree, que la educación tiene que darse en los colegios, mientras ellos emplean sus esfuerzos en otras tareas, tal vez más importantes.

Tomar apuntes en clases demanda esfuerzo y previa disposición al estudio posterior. Ambos requieren esfuerzo y el deseo previo de aprender. ¿Están convencidos nuestros hijos, de que sin esfuerzo no es posible tener logros de ninguna clase? ¿están nuestros alumnos dispuestos a hacer el esfuerzo de aprender? ¿Están, en su gran mayoría, conscientes de la importancia de la adquisición de conocimientos en la etapa previa a la «lucha por la vida? ¿Actúan como si lo supieran?

Y para agregar leña al fuego, los sistemas de calificación del aprendizaje ¿cumplen su objetivo? ¿califican conocimientos o será que más bien califican capacidad para recuperarlos de alguna fuente de almacenamiento, que no necesariamente sea su intelecto?

Parece ser que los sistemas de calificación enseñan que hay otras maneras distintas del aprendizaje para obtener calificaciones aceptables.

¿Cuántos alumnos pasan de curso, adquieren títulos y grados utilizando métodos alternativos? Hay maestros en el uso de esta opción.

Hernán Riadi Abusleme.
Arquitecto. Instructor.
Máster en Diseño y Cálculo de Edificios.

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